"El hijo de mis sueños"
Digamos que ya han pasado más de 9 meses, se lograron sortear todas las dificultades de la gestación, atrás quedan los mareos y las maluqueras, los calambres, los dolores y todo lo que la acompaña. Ahora el sueño habita en un ser de carne y hueso, independiente, sintiente y pensante; sobre él o ella, recaen ya no solo el peso de su propia biología, sino también la genética, el temperamento, las expectativas e ilusiones que, consciente e inconscientemente se han construido, nuestras mentes han trazado toda una senda de desarrollo que esperamos habrán de seguir para que crezcan y se conviertan en las personas que esperamos, pero como no podemos dejar por fuera su libertad y singularidad, se instaura en nosotros una fuerte disonancia, poniéndonos en obvia tensión, entre aquello que deseamos que sean y aquello que habrán de llegar a ser.
Reconocemos que somos meros acompañantes, quienes confían en la importancia de crecer en libertad, pero al mismo tiempo anhelamos en silencio que sigan ese camino que ya hemos trazado. El no poder renunciar a ese deseo, nos lleva a actualizar constantemente dentro de la convivencia, la frustración que esa dificultad nos acarrea, pues ese chico ideal solo puede y habrá de existir en nuestra mente, mientras observamos como su actitud y comportamiento lo alejan de lo que esperamos. No es que seamos malos padres, por el contrario, en ese inmenso amor que sentimos, no podemos esperar menos que lo mejor para ellos, y perdemos de vista, que la tarea de guiarlos dista enormemente de la pretensión de vivir por ellos.
Quiero que mi hijo sea feliz “pero” qué bueno sería que sea el mejor en el fútbol o que las matemáticas sean su pasión. Como padres queremos lo mejor para nuestros hijos, anhelamos que alcancen todos sus sueños y que puedan ir más allá de lo que nosotros pudimos llegar. Y, es ahí donde se parten las experiencias de los hijos, las cuales pueden ser experimentadas de manera positiva o por el contrario como una gran carga.
Acompañar por el contrario va en la vía de permitir explorar su propio mundo, que pueda reconocer sus fortalezas y debilidades y, que pueda pedir ayuda cuando lo necesite, pero también en solitario, pueda explorar su mundo y encontrar una manera propia de hacer y habitar en él.
“Yo a tu edad…”, “y por qué si lo tenías todo…”, “qué más quieres…”, son frases con las que solemos acompañar el “consejo” o la “ayuda” que les queremos brindar; sin embargo, no hay nada más desalentador para los hijos que escuchar decir eso, la carga y la presión que tienen esas palabras, en ocasiones, pueden ser, incluso, más grandes que ellos mismos.
Necesitamos reducir la tensión de aquella disonancia, hacer conjugar en una misma idea deseo y realidad, aceptar que lo que queremos para ellos es reflejo de nuestro anhelo, pero a la vez, aquello que son y que llegarán a ser, es el resultado de la confluencia de los esfuerzos y las situaciones que nos regala la vida.
No hay una manera, una fórmula mágica que indique la ruta a seguir, pero, si los escuchamos, los observamos, estamos atentos a sus demandas, encontraremos vías, rutas de acceso a sus formas, a su sentir y pensar, a sus deseos más anhelados o a las derrotas que han de superar, es más un proceso de aprendizaje, para ellos y para los padres, distinto en cada uno, propio y cambiante, de retos a cada instante. No hay libreto, es una puesta en escena libre y espontánea, que si imponemos un guion derrumba cualquier posibilidad de asombro y por el contrario nos trae más angustias, y a ellos, sí que los espanta de nosotros.