En cartelera: The Expectation, una película que te robará el sueño.
Los seres humanos somos seres históricos. Es decir, somos conscientes de nuestra vida y la tejemos a modo de historia, nuestra voz interna hace las veces de narrador que nos lleva y nos trae al menos a tres planos: el pasado, el presente y el futuro. Esto nos dota de la extraordinaria capacidad de aprehender de nuestros propios eventos vitales, y si, así, con “h”, porque no se trata solo de adquirir conocimiento, sino de tomar para nosotros, integrarlo a nuestras vidas, interiorizarlo, hacerlo parte de lo que somos . Porque cuando nos miramos más de cerca, podemos ver que no solo somos nosotros y nuestras circunstancias, tal cual, en nuestra versión presente, sino, que somos todo eso, más lo que hemos vivido, y, lo que hemos de vivir, entremezclado en una sola narrativa. A veces, esa voz nos cuenta historias románticas, casi o muy cursis, otras, llenas de acción y de aventura, donde el suspenso nos pone al borde de la silla, y para nuestra desgracia o nuestra fortuna (depende de cómo logremos asimilarla) también nos cuenta unas verdaderas obras maestras del terror.
Todo buen guión necesita de unas buenas bases, nutrirse de ideas originales, y para nuestras propias películas de terror, ninguna materia prima mejor que las temibles expectativas. Somos seres virtualmente potentes, como la semilla que puede convertirse en un enorme sauce, o en un gigantesco pino, nuestro margen de desarrollo está delimitado por los logros de todos aquellos que nos precedieron. Crecer se convierte en un duelo eterno, entre aquello que somos, lo que podemos llegar a ser, y lo que se espera que seamos. En ese espacio, en la distancia que sobrevive entre uno y otro, da a lugar a que se forme una larga cadena de espacios a ocupar: ya no basta con que crezcamos bien, fuertes y saludables, ni siquiera que logremos ser felices y sentirnos satisfechos con nuestras vidas, sino que se espera que superemos el rango de desarrollo de nuestros padres, que elevemos la tasa de logros, expresados en las demandas de lo socialmente deseable, que alcancemos el nivel de éxito (sea lo que eso signifique en ese momento de nuestra sociedad), cosa que no se nos escape ningún triunfo; paradójicamente, eso que se supondría debería motivarnos (¿Quién no quiere poder considerarse una persona exitosa?), se convierte en un peso enorme, en una sombra a la que le salen garras, alas y colmillos, se oculta de nuestra mirada, y gana la fuerza para acecharnos de forma permanente.
A esta sombra podríamos llamarla expectativas, se dan por una gran cantidad de suposiciones de lo que creemos debe ser o de las maneras en cómo vemos que deberían ocurrir, de acuerdo a la formación que hemos recibido, la crianza, la escala de valores y creencias y, eso que el otro señala como lo que deberíamos ser, generando ante la posibilidad de no cumplirse, altos grados de frustración y miedo que, en ocasiones, pueden paralizarnos, angustiarnos o simplemente robarnos el sueño; si bien, algunos logran hacerle frente y con ello aumentar su propio arsenal de recursos, cuando la propia naturaleza de lo que se espera, supera por mucho a la realidad, termina demandando un mayor esfuerzo para alcanzarlo, y generando un intento vacío, pues ya se sabe, es una meta imposible…
Si bien es cierto, las expectativas son inevitables, se ven influenciadas por el bombardeo de deseos al que se somete a nuestras vidas; de esa manera, terminan viéndose afectadas, modificando la forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, aferrándonos a posibilidades, en ocasiones inalcanzables o por fuera de nuestro propio interés, poniendo en riesgo la capacidad de sortear de manera sana con las vicisitudes de la vida.
Tomar decisiones, el gran reto de enfrentarse a la sombra… en esa película en la que vivimos solemos ser los protagonistas, pero no siempre la dirigimos, de manera que no siempre logramos diferenciar qué de eso es real y en qué fantaseamos. Los clichés encausan de alguna manera nuestras expectativas de lo que debería ser, de lo que se supone se espera de nosotros o deberíamos esperar del mundo; sin embargo, pensar en la posibilidad de que el mundo como lo conocemos pueda cambiar, puede generar una carga angustiosa y, es allí, donde las probabilidades de liberar esta carga se hacen apremiantes (tomar una decisión), pero a la vez, tan angustiantes y quizá frustrantes que, es necesario tener en cuenta lo que necesitamos para ser, para sentir y para evolucionar de una manera propia e independiente, asunto que traerá cambios en el modo de hacer y de vivir, pero que tal vez, pueda ser una manera para liberar el terror de la sombra y aprehender, si, ¡recuerda! con “h”, de eso que es el ir y venir de la vida, en el presente.
Y a ti, ¿te asustan tus propias expectativas?