A la conquista de los logros propios

Resulta cuanto menos curioso la forma en la que valoramos los éxitos de los demás. Somos los primeros en reconocer el valor de los logros de otras personas, identificamos cuando han sabido sobrellevar los retos que les ha puesto la vida, señalamos los obstáculos que han sabido rebasar, enaltecemos sus capacidad, admiramos su inteligencia y sabiduría, en fin, nos perdemos en elogios para los demás, pero ¿Cuántos nos guardamos para nosotros mismos?

    ¿Y lo nuestro?, lo nuestro siempre es poco, o insignificante. Nos cuesta tanto darle valor a las propias acciones, pero nos sale tan fácil reducirlas, verlas como nimiedades, en lugar de narrarlas como lo que son, nuestras verdaderas gestas; o sino, vaya que nos pregunten por errores o fracasos, de esos podríamos hablar por horas. Ojo, no hablamos de soberbia o egocentrismo, ese es un extremo para nada recomendable (y poco conexo con la realidad), sino del simple gesto de decirnos: ¡ve! “hemos avanzado bastante”, “hemos hecho grandes cosas” (en la medida de nuestras realidades) y “merecemos reconocerlas”. ¿Quién no se ha quedado en blanco cuando les preguntan por 5 cosas buenas sobre ustedes mismos?, ¿5 fortalezas?, ¿5 logros?. Somos expertos en castigarnos y poco hábiles para reconocernos, al menos alguito. Reconciliarse con los propios logros, con el éxito personal se convierte entonces en una pequeña batalla.

Darnos un lugar de valor suele ser complejo, comprender que la vida tiene ritmos y tonos distintos a los de los otros, suele ser por menos, desalentador, queremos que nuestra vida de saltos de zancos, nos cuesta reconocer el camino recorrido y solo le damos valor a la “llegada” que no es más, que momentos de pausa o de cierre para continuar la ruta o cambiar de sentido. Poner los ojos en nosotros mismos supone uno de los grandes retos que debemos afrontar cuando intentamos aceptar nuestra propia realidad, no es fácil, tal vez o muy seguramente, nos encontremos con ese ser del que no queremos saber mucho o que, por algún motivo, creemos que no ha podido avanzar.
 
Podemos llegar a ser nuestros peores jueces o acérrimos enemigos, nos castigamos duramente, ¡claro! porque nuestro punto de referencia está afuera y, entre tanto permanezca ahí, la crítica, los señalamientos ante la falla y el sentimiento de vacío por aquello que no se logra permanecerá; si por el contrario, reconociéramos la ruta de despegue, lo caminado, lo luchado y lo ganado, la forma de vernos ante la vida, podríamos apreciar que no nos ha ido tan mal, o bueno, que realmente nos ha ido bastante bien a pesar de todo.

 

    Una actitud activa frente a la vida parte de la aceptación propia, de lo que somos como sujetos únicos, con una vida independiente y, permite hacer de ello el punto de partida para construir nuestra ruta y nuestro sentido. Nos permite aceptar que todos tenemos defectos, errores, pero gracias a luchas álgidas que damos todos los días, hemos logrado cosas que merecen ser reconocidas, donde el errar también hace parte de vivir. Nos facilita ver qué todos tenemos miedos, unos más, otros un tanto menos, pues no hay manera alguna de ir por la vida sin ellos, sin fallar, sin recorrer caminos espinados, y aunque la vida tiene rutas tranquilas y apaciguadas, existen también otros parajes con huracanes y tormentas, a ratos ilumina el sol, otros días la niebla parece nunca desaparecer; la única forma de caminarla es atravesando, muchas veces con dolor, otras con armaduras y otras tantas con felicidad.

Y tú, ¿te reconoces tus logros?
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