Basado en hechos reales...

Imagina por un instante que estás viendo una película, llevas meses esperando por ella, has visto pocas imágenes y pareciera que te van a contar una muy buena historia. Estás sentado, ni siquiera puedes comer por la emoción que te habita. La película comienza, y parece ser algo lenta, te muestra a sus personajes, el lugar donde viven, que hacen cada día; luego de 50 minutos aun no pasa nada emocionante y te comienzas a molestar, hasta que finalmente, después de más de hora y media por fin termina, y tienes esa sensación de que no pasó absolutamente nada. Muy probablemente te sientas frustrado y decepcionado, pues, en lugar de una historia que te enganche por sus giros dramáticos, te encontraste con una secuencia de hechos rutinarios, sin nada de emoción.

    Si, hemos utilizado la analogía ya varias veces no solo porque nos gusten mucho, sino porque justamente es una forma de contar hechos adversos, de forma dinámica, envolvente, como lo es a veces la vida. Además, suelen ser lo contrario a la rutina, esta última es importante, crea la sensación de estabilidad y de continuidad en el mundo, pero, muy probablemente nadie quiera vivir en Jumanji o en la parte final del Titanic. Esa sensación de falta de control constante nos llena de angustia, nos desestabiliza y nos arrebata el dominio que creemos poseer, por eso, un buen director será capaz de hacerte parte de los giros de la trama, te hará creer que puedes saber que va a pasar, para luego sorprenderte con algo inesperado. Los cambios son buenos, importantes, dan origen a nuevas oportunidades, pero los cambios constantes y sucesivos son arrasadores, nos arrebatan el piso sobre el cual creemos encontrarnos ubicados, y nos arrojan de forma desproporcionada contra la realidad. Pasa lo mismo con los grandes eventos inesperados, como los que nos cuentan las buenas películas.

    Cuando en la cartelera dice “basado en hechos reales” nos quiere decir que esos grandes eventos pueden ocurrir (y que de hecho, han ocurrido); si asumimos que somos los protagonistas de nuestras películas en la vida real, eso implica necesariamente al menos dos cosas: 1) que tendremos que aguantarnos todas las escenas que muestran las rutinas (no podemos adelantarnos), y 2) que esas vivencias son el momento de “preparación” para los giros dramáticos, en el cual se supone debes desarrollar los recursos con los cuales deberemos afrontarlos. Si son o no suficientes, ese ya es otro cuento, lo que sí es cierto es que, la sensación de perder el control de nuestras vidas (en uno de estos grandes eventos) es una de las peores cosas que se pueden llegar a vivir.

    Podemos decir entonces que, hay momentos en la vida en que las experiencias intensas nos dejan marcas vivas que suelen aparecer ante sucesos particularmente similares en sentimiento o intensidad, que terminan influyendo de alguna manera en la forma en como afrontamos el mundo, las emociones y el futuro. Estas experiencias se alimentan de manera constante y traen una fuerte carga emocional con ellas, que puede ser percibidas de manera positiva o negativa, ello dependerá de la connotación propia que tengamos de la experiencia.

Seguramente en internet podemos encontrar miles de recetas mágicas, técnicas o estrategias para aprender a gestionar las emociones y con ello, cambiar el chip del pensamiento, que parece ser, el que no va en sintonía con las demandas del día a día y necesita ser modificado, también hay gurús del autocontrol que prometen la manera infalible para equilibrar la vida y vivir sin incertidumbre, porque, parece ser, que todo está en ti. Solo es de respirar, hacer una pausa y seguir adelante, “tu tienes la rienda de tu propia vida” sin embargo, la habilidad de hacer una pausa, respirar profundo y tomar las riendas sobre lo que me pasa, es un aprendizaje esencial, y como aprendizaje requiere tiempo, paciencia, explorar, fallar y aprender nuevamente; empieza cuando damos nuestro primer respiro y solo acaba cuando damos el último.

    No hay una manera única de hacerlo, hay tantas formas como sujetos pueden haber en el mundo, por ello, para lograrlo, se requiere de conocimiento propio e íntimo, que nunca se da por terminado; la vida es dinámica, tiene altos y bajos, y eso de dominarnos, requiere de la experiencia, de aprender a interpretar lo que nos pasa como una enseñanza que refuerza esa sensación de “control” y, nos permite afrontar de una manera, tal vez más estable y segura el devenir del futuro.

Y tú, ¿llevas las riendas de tu vida?

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