Colorín colorado, este cuento apenas ha comenzado

¡Escándalo! la llegada de los hijos, el final de una hermosa espera… y ¿Qué me hace sentir?, ¿Qué pienso de ello? se vuelve un mundo la cabeza de muchos papás, si bien la espera puede ser anhelada o por el contrario sorpresiva, en ambos casos trae por sí, una carga emocional, de angustia y temor de no ir a fallar.

    La mayoría de nosotros crecimos leyendo y escuchando cuentos de hadas, y aunque, la discusión sobre cuánto efecto tienen sobre nuestra vida adulta la sostendremos más adelante, algo es incuestionable, influyen en cómo construimos nuestros sueños sobre el futuro. Y definitivamente, pocas cuestiones de la vida se ven tan rodeadas de fantasías e ilusiones como la parentalidad. Ser padres es el sueño de muchos, se considera en ocasiones parte de la cúspide de la realización personal, y vaya que es todo un cuento.

    Es difícil hablar de aquello que no es tan lindo y que ocurre entre el nacimiento y el momento en que por fin deciden abandonar el hogar (cualesquier 30 años, o hasta más), pues en parte se espera que los padres no se quejen de aquello que acontece día a día (son padres y deben asumirse como tales, o eso parece leerse en ese insolente “¿pa´ qué me tuvo?”), y por otra parte, se supone que ese “amor incondicional” habrá de nutrirnos (mágicamente, suponemos) para saber cómo sobrellevar cada situación que se nos atraviese. Los cuentos de hadas se cuidan en la dosis de realidad que proyectan, nos llevan al punto de creer que algo malo va a pasar, para luego descubrir que nunca estuvieron en peligro, pues algo más estaba destinado a pasar; ¡ya quisiéramos que la parentalidad fuera un cuento de hadas!. Ser papá, ser mamá, ser cuidador, es un estado de espera interminable, donde lo impensable siempre puede pasar, y créenos, muchas veces va a pasar. Es todo un cuento, lleno de amor y de suspiros, pero también de rabias, de enojos, de frustraciones e impotencias, de decepciones, es el camino al encuentro (o desencuentro, más bien) con que la ilusión de esta tarea, como algo con retos “fáciles de superar”, solo queda bien en los libros de fantasía.

 La crianza siempre ha sido una tarea muy exigente, se nos reclama más de lo que en ocasiones podemos dar, no porque no queramos, sino porque, no solo no contamos con criados, hadas, duendes, o elfos, que se ocupen de ello de forma mágica, sino que además, por momentos, esa realidad del acompañamiento desborda más que el deseo de hacerlo muy bien. El mundo hoy, suma a esas cargas emocionales, la demanda de cubrir constantemente las necesidades de los hijos, incluso si es necesario desaparecer de sí mismos, llevándonos a veces al colapso mental. Ser buen padre/madre se ha convertido en un desafío avasallante, que nos demanda no fallar, que requiere todo y más, que te implica tener todas las respuestas inmediatas y a la mano, es una demanda abierta, que dejó de ser exclusiva del plano afectivo y se traslada además, a la suplencia de necesidades que deberían ser exploradas por el niño, por el adolescente o por adulto que aún es un niño en casa.

 

    La parentalidad se ve acompañada por una infinidad de retos, comenzando por reconocer la posibilidad de asumirla tal cual, aterrizada, sacar de ella las ilusiones y expectativas que muchas veces nos ciegan, y poderla ver, ya no como un cuento de hadas (donde todo se resuelve mágicamente), sino cómo esa realidad humana que se construye día a día de la mano de nuestra propia capacidad.

 

Y tú, ¿Ya aterrizaste tu parentalidad?

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