La realidad de la incertidumbre, la incertidumbre de la realidad
Y es que si antes de venir a este mundo, se nos contara lo que podremos encontrar, sin romantizar nada, sino en un tono crudo, claro, directo, posiblemente, se instauraba en cada uno de nosotros, la duda sobre si participar o no en él. Con esta frase en nuestra entrada anterior queríamos resaltar la incertidumbre que acompaña la realidad de la vida humana. Nacemos para encontrarnos con un mundo que está bajo el “supuesto control” por parte de nuestra especie, pero aún estamos equipados con los mecanismos que nos permitieron apropiarnos de él; son herramientas que en teoría están para ayudarnos a adaptarnos, pero que en el contexto actual, pueden convertirse en nuestras peores enemigas.
Si algo compartimos los seres humanos, es el reto de afrontar el ambiente, apropiarnos de él, con el ánimo de poder sentirnos “seguros”. En este sentido, el miedo está instaurado en las personas como una herramienta que nos permite no perder de vista lo que ocurre a nuestro alrededor, como medida de supervivencia, nos facilita la búsqueda de amenazas y peligros; algo fundamental si aún habitáramos las sabanas o las selvas, si aún estuviéramos rodeados de depredadores, pero un tanto entrados en desuso en la vida cotidiana. Por tanto, necesitamos hacer de estos mecanismos y recursos de afrontamiento, utensilios sanos que nos permitan crear bases y estructuras de seguridad y confianza, basados en el dominio del espacio que cohabitamos, de manera que posibilite estabilidad y algo de predicción a la vida.
Pero entonces, ¿Qué ocurre cuando estas mismas herramientas se salen de proporción?, pues fácilmente se tornan, en parte, el terror en nuestras cabezas. La realidad está anclada a variables, algunas predecibles, otras no tanto, y otras definitivamente impredecibles, y es, en la predominancia de esta última, donde se instaura la incertidumbre. Realidad e incertidumbre se fusionan en una ecuación constante, donde de los pocos factores desequilibrantes se hacen presentes gracias a nuestra capacidad para confrontar la realidad, pues no podemos ocultar la incertidumbre, pero si, aprender a sobrellevarla.
La falta de proporción en un mecanismo como el miedo, nos puede arrastrar a un escenario donde las situaciones se convierten en eventos inquebrantables, haciendo que nos asumamos como seres diminutos, a merced de la fuerza de los eventos, nos desconecta de la realidad, para alojarnos en una habitación de ansiedad y angustia. Nos arrebata la posibilidad de percibirnos como sujetos capaces de enfrentar lo que está por venir… En lugar del filtro de la fantasía, se instaura el filtro del terror, se torna oscuro, impredecible.
Aprender a aceptar la realidad implica comprender que, en ocasiones, esta se puede ver aumentada por los propios juegos que ocurren en nuestras cabezas; tal como el niño que en la noche se abruma por la sombra que se proyecta en la pared, y en medio su miedo no logra discernir entre realidad e imaginación; así, nos vemos muchas veces, paralizados, desconectados de la realidad, envueltos por el temor que nos genera la incertidumbre, la cual, a la luz de nuestros miedos, se ve amplificada, distorsionada, inagotablemente monstruosa, desconectados de nuestra propia capacidad para hacerle frente.
Si bien, el niño no puede simplemente ignorar aquellas sombras, definitivamente cuenta con múltiples opciones para confrontarla: puede levantarse y buscar el lugar de donde proviene, puede observala hasta comprender de qué es lo que realmente se trata, puede encender la luz y verificar… En fin, puede ejercer control sobre aquello que si “domina” (su propio ser), para hacerle frente. Así mismo, los adultos, podemos apelar a ese dominio, el cual no borra la incertidumbre, pero si nos permite regular el tono que habrá de asumir la realidad, haciendo consciente nuestra propia tendencia a aumentarla.