¿Y si mejor le bajamos a los filtros?
“Había una vez, en una tierra lejana…”, así suelen comenzar la mayoría de los cuentos. Toman distancia, para sugerirnos que esa historia que estamos a punto de apreciar, ocurre en un lugar completamente diferente al nuestro, en otra realidad. Ya con esa licencia, las barreras de lo que puede o no puede ocurrir, se ven levantadas, y da lugar a la magia, a la fantasía, a la ciencia ficción, a los hechos que superan nuestras propias limitaciones. Lo más curioso es que estos cuentos suelen ser utilizados para entregarnos una moraleja o enseñanza sobre nuestra propia vida, dejando claro que, sin importar las condiciones en las que se desarrollen los eventos, en “nunca jamás”, en “muy muy lejano” o en nuestro mundo, las acciones tienen efecto sobre la realidad, la modifican, y a quien la enfrenta no le queda más tarea que aceptarla.
La fantasía opera como una especie de filtro, uno que cuida la “fragilidad” de nuestra mente. Y es que si antes de venir a este mundo, se nos contara lo que podremos encontrar, sin romantizar nada, sino en un tono crudo, claro, directo, posiblemente, se instauraba en cada uno de nosotros, la duda sobre si participar o no en él. Fantasear hace que la “realidad” tome otros tonos, otras formas, unas más agradables, unas más llevaderas; pero, con el pasar de los días, o la ocurrencia de los eventos, todos y cada uno de nosotros, se ve forzado a levantar el filtro, experimentando con rudeza los eventos que implican la realidad de vivir. Al niño se le da esa licencia, se le permite jugar y creer en aquello que se imagina, pero con el pasar de los años se le pide que la desmonte, para que, conforme crece, sea capaz de afrontar aquello que permanece inexorable en la vida.
Pero el desmonte de la fantasía no logra ser total. El filtro permite tener una vida más cómoda, más llevadera, nos permite viajar con mayores esperanzas en ese camino que suele ser desconocido, nos protege de la desesperanza y de la resignación. Sin embargo, se corre el riesgo de pretender aplicarlo a todo y en todos los escenarios, velando en muchas ocasiones asuntos que requieren ser afrontados en su momento inmediato, ya que de dejarlos pasar se pueden volver una bola de nieve incapaz de controlar.
El filtro puede ser la puerta que cierra la posibilidad de aceptar que existen cosas que están fuera de mi control, crea la ilusión sobre la vida y las situaciones que la rodean, dejando así, un abismo abierto en el que fácilmente caemos cuando llega la realidad a nuestros ojos, pues la fuerza misma de los eventos, impulsan tanto que se imponen, de tal manera, que se hace capaz de movernos de lugares y momentos en los que creíamos ser inamovibles.
La aceptación (más no la resignación), como vehículo para continuar adelante, conlleva ser más empático conmigo mismo, permite restablecer el equilibrio en nuestra vida, no tan crudo o fatalista, pero tampoco hecho completamente de resiliencia… Nos permite reconocer que debemos renunciar a la ilusión de control (a veces no podemos ni controlarnos a nosotros mismos, otras tantas, ni siquiera deberíamos ser tan rígidos), que hay situaciones de la vida con las que no es necesario identificarnos, permitiendo así liberarnos de esos sentimientos que nos dañan y que pueden ser aterradores para afrontar la vida.
No podemos controlarlo todo, pero sí, podemos reconocer aquello que está dentro de nuestra línea de respuesta y que, de eso otro, definitivamente se sale de nuestras manos, de esa manera, decidir cómo le hacemos frente, eso sí, nuestra capacidad de afrontamiento depende mucho del cómo las veamos, de la carga que le pongamos y la manera en permitamos que influyan en el equilibrio de nuestra vida.
Y tú ¿crees que te excedes en los filtros?